domingo, 4 de mayo de 2008

Tirando piedras en el río Putagán




Lo que voy a contar aquí sucedió en marzo del año 2007.



Estábamos celebrando el cumpleaños 82 de mi papá con un buen asado, como era la costumbre desde hace un buen tiempo. Ignacio ya me había ayudado a hacer el asado, él muestra mucho interés en las tradiciones familiares y en particular en ésta, en la que se afana con el fuego, con el giro del asado y, obviamente, con su posterior consumo. Gusta mucho de los choripanes con las longanizas que consigue Iván, quesillo fresco del que compramos a la sra Patricia y una larga lista de etc.

Como Ignacio es algo movedizo y tiene a aburrirse cuando está mucho tiempo si poder distraerse en algo de su interés y uno de los panoramas que no fallan con él es invitarlo a tirar piedras al río, si es a la balsa del Loncomilla es fantástico, si es en el río Putagán no es lo mismo, y como lo podría ser, si el río es pequeño, no tiene balsa y la materia prima de la entretención - las piedras - son pocas y chicas, pero de todos modos sirve como alternativa cuando no hay demasiado tiempo.

Esta vez fuimos al Putagán papá nos acompañó de buena gana. Ahí se acordó de los tiempos en los que salía a pescar con el Pochas en largas caminatas por los recodos de los ríos próximos calando las redes y luego tomando un prudente y calculado tiempo para preparar un asado bien acompañado de tortilla al rescoldo y ensalada de tomates, todo regado con un buen pipeño de la zona, por supuesto. La grabación que está en este blog es de diciembre de 2007, aproximadamente 15 dias antes de que mi papá muriera.

Bueno volvamos a las piedras, Ignacio disparaba piedras en todas direcciones y gozaba de lo lindo con eso de poder tirar proyectiles en cualquier dirección y a su regalado antojo, por cierto los zancudos también gozaban de lo lindo picándonos a discresión.

La tarde ya estaba cayendo, venía la hora del crepúsculo, la hora mágica como dice Nana Leeson, momentos que para mi son realmente preciosos, sobre todo cuando el agua comienza a reflejar la luz del sol.

Entre la frenética actividad de Ignacio y la conversación que mantenía con mi papá - este es el típico caso en el que uno debe prestarle un oido al padre y otro al hijo - se acordó también de su infancia junto a Freddy, de las idas al río y los patitos con las piedras, en ese momento se agachó y recogió una piedra redonda para lanzarla. Hizo varios intentos y no le resultó ninguno y se resignó con un dejo de tristeza muy profundo que me traspasó el alma de lado a lado.
Seguimos conversando un rato, yo procurando no reparar en el hecho puntual y a poco andar los zancudos nos indicaron en forma clara y explícita que era prudente hora volver a casa.